Una cuartilla. Una puta cuartilla, un lapicero con minas de dimensiones ínfimas medidas en base al diámetro, un bote de tinta, una plumilla en pésimas condiciones y la copistería de enfrente a la ‘uni’. Eso era todo lo que se necesitaba por mediados de los ochenta para crear una carátula de una maqueta.
Y pensar que todo comenzó una mañana universitaría, a primera hora: Los que tenemos un lapicero en la mano a cualquier hora del día, casi como un apéndice más, no escuchamos si no es haciendo garabatos. A veces ni siquiera de esa forma.
Como era primera hora, y sin no tenía la dosis de café vespertino por culpa de esos ‘cinco minutos más y me levanto’, no era capaz de mantener la cabeza más de dos minutos seguidos sin que ésta cayera con movimiento pendular, dejandome en primer plano siempre una serie de cuartillas. Era raro verme ante A-4’s. Los A-4 son para los ‘mariquitas’ cegatos. Y es que siempre he tomado apuntes en los cantos de las fotocopias entregadas por los profesores. Como mucho, si la cosa se terciaba densa, el sobreesfuerzo sólo llegaría al rellenando del primer tercio de la cara trasera, que por supuesto estaba en blanco.
Curiosamente eso de hacer fotocopias a doble cara en aquellos tiempos era imposible de pensar. Debe ser que por entonces abundaban los bosques. O que las fotocopiadoras eran muy malas. O los profes/ayudantes eran muy vagos, ¿qué sé yo?.
El caso es que, por la pura inercia del peso de mi cabeza, el tonito cansino y monótono del tutor y que soy de constitución diesel (empiezo lento), siempre las primeras horas de universidad eran un compendio de bocetos sin sentido (¿he dicho que a esas horas no puedo pensar?) en base al movimiento aleatorio del lapicero, que va cogiendo forma en función de lo que mi imaginación bajo mínimos es capaz de encajar.
Bajo esas premisas, y saltándome la lógica del ‘ haz lo que veas’, tan común en un ambiente hostil como son los primeros días en un lugar al que te acabas de mudar, en vez de echar billares en el bar para integrarme, uno empezó en el subconsciente a recordar lo dejado, y poco a poco los rayajos se fueron convirtiendo en una botella de plástico de la que salía un tubo de PVC. Ya empezaba a oler incluso el cemento que yacía dentro de la botella haciendo de base improvisada y la cinta adhesiva que mantenía el micro en decentes condiciones de horizontalidad. Es verdad, ya no estaba en el aula. Había vuelto a viajar, mi mente empezaba a carburar.
Y es que hay muchos famosetes que me podrán corroborar la teoría de que una rayas siempre te ponen en marcha. Incluso por la mañana.
Unos años mas tarde, cuando la maqueta se hizo cinta, puede que fuese
porque su sonido estaba a la misma altura o que los ordenadores,
conectividades e intergaciones entre elementos electrónicos no eran lo
que son hoy en día, el caso es que aquellos bocetitos, sin recordar
como llegaron a las manos equivocadas, se convirtieron en portada.
Ya no me acordaba de ella. No suelo mirara atrás mucho, la verdad. Prefiero tener buen recuerdo de la cosas y momentos. Pero Mr. SlowBurn hace un tiempecillo ya, me lo pasó con una sonrisa MSNiana. No sé si era sarcasmo, ironía o complicidad. Supongo que esto último, al fin y al cabo es mi amigo. Y hoy, para probar otro de esos inventos que se supone que son para hacerte la vida más cómoda (un plugin para el navegador desde el que puedes escribir posteos y enviarlos automáticamente al blog), lo he utilizado de comodín para la prueba, su historia y sobre todo rememorar mentalmente aquellos momentos. Sí, para mí postear es otra forma de bosquejar sin lapiz. Es una pena no tener más tiempo para cualquiera de las dos formas.
Para los que no me conocen… no estoy muy orgulloso de ese dibujo, conste. Los tengo mejores. Me sé de unos cuantos elevados a los altares de la pintura que tienen miles de bocetos que son puritita mierda, y ahí los tienes, llenando museos enteritos con ellos. Eso sí, como recuerdo… pocos hay mejores que esa época.
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