Si observamos a nuestro alrededor, es fácil llegar al resultado de que nuestra generación degenera estrepitosa o ‘decrepitósamente‘. No hay persona nacida entre finales de los sesenta y principios de los ochenta, que en cualquier conversación no empiece con achaques propios de su edad: ‘.. es que me duele aquí, pero no sé de qué es…‘ ‘¡uy, este cardenal no se de dónde ha salido…!‘ etc.
Evidentemente podría hacer un estudio, pero si lo hiciera, dejaría de ser ‘güebón‘. Reconozco que no tengo ni pajolera idea de las razones que llevaron a otras generaciones a la pena física; lo que sí he conseguido aislar, entre reflexiones, es la raíz de NUESTRO problema.
Si nos basamos en el esquema realizado por el Dr. VonBella, las cargas soportadas por las espaldas (representadas por rayas rojas), todavía en desarrollo debido a una pubertad algo lenta (más bien cortita), evidencia un traspiés mental del diseñador del artefacto contaminante, invitando por obligación y durante un periodo excesivo y continuado de tiempo, a una elongación lumbar de trayectoria elíptica, casi, si me apuran, sinusoidal-girada.
No hay persona que se precie (o desprecie), que no haya pasado (como propietario o ‘paquete’), las horas suficientes encima de ese potro de tortura, como para intuir lo que el paso del tiempo iba a hacer en nuestros pétreos y rocosos cuerpos de entonces.
Por ello, pienso que deberíamos desmitificar la figura del Vespino (o variante), como icono de una etapa cuanto menos gloriosa por su tranquilidad mental y ausencia de responsabilidad. No dábamos para más.
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