Corrían mediados de los ochenta y el junta letras que les escribe empezaba la aventura universitaria. Ser insultantemente joven implicaba no disponer de medio de transporte propio (a.k.a coche). Vamos, que cada mesecito o así, y en menos de 48 horas de diferencia, tocaba dos viajes interprovinciales (ida y vuelta), montado en una tartana rojita: la Alsina (nombre de la empresa de autobuses que explotaba esa ruta).
Los mencionados trayectos entre las ciudades de nacimiento y adopción (de conocimientos) se me hacían eternos en tiempo y ánimo, sí. Por aquel entonces, yo sólo podía minimizar la desesperación del lento transcurrir del tiempo mediante dos posibilidades: escuchando música grabada en cintas de cromo TDK de 90 minutos en mi radiocassete Sony (exquisito que era uno) o mediante la lectura frenética de revistas temáticas en papel.
Supongo que hablar sobre la música que iba en esas cintas y su influencia en mi forma de ser y de pensar daría para extraer más de un relato corto, pero hoy no es el día. Hoy se lo quiero dedicar a la segunda opción: las revistas.
Si no sabes rodearte de elementos que distraigan tu mente, tres horas en un asiento duro como piedras y con las rodillas clavadas en la estructura metálica del asiento delantero puede llegar a ser bastante duro. Por ello, cuando empiezas el suplicio, vas a lo seguro y cargas con lo que más te divierte. Pero claro, eres estudiante y otra cosa no, pero práctico eres un rato. Así que nada de cargar con algo que tengas que volver a portar con él en la vuelta (para que no se pierda). Eso descartaba los comics y tebeos. Así que mi decisión siempre iba enfocada a revistas de juegos en la tele (de 8bits, claro) y de música (rock, claro).Las de videojuegos pronto descubrí que eran demasiado repetitivas y aburridas, por lo que, de forma natural, terminé decantándome por las de música.
Como buen estudiante, la economía de la que disponía era bastante austera, por no llamarla ‘incómoda de manejar’, pero por suerte siempre he sabido manejarme en la frontera del desastre total, pero sin pasarme (digno del mejor concursante de ¡El precio justo’). Por ello, aunque estiraba el dinero a más no poder, siempre dejaba lo justo para el billete de ida, una revista y una ‘servesita’ de espera. Si no venía nadie a recogerme a la estación de autobuses… entonces no había ‘servesita’ y guardaba ese dinero para el autobús que me llevara a casa.
Como bueno rockero con mínimas tendencias jevilonas y en los ochenta, mi revista sí o sí era ‘Popular 1’. Y siendo sincero, disfrutaba el ritual de comprarla, pedir mi servesita, echarle una ojeada superrápida antes de subir al autobús y ya, una vez dentro, leerme de cabo a rabo los artículos que me parecían más interesantes, dejando los demás para el camino de vuelta (huelga decir que en el tiempo de casa la revista ni se toca).
El caso es que esa revista me divertía, y mucho. Trataban la información como si fuésemos un grupo de amigos, una familia, y pronto llegué a conocer las fobias y filias musicales, e incluso personales, de cada uno de los redactores. Eso sí, más que abrirme la mente en cuanto a música, lo que hacían era ratificar mis gustos. Vamos que descubrir, me descubrieron pocos grupos, si acaso… los clásicos, y eso lo agradezco.
Pero claro, yo soy de una forma, y cuando me dan la razón durante mucho tiempo (o así lo veo), me aburro y busco alguien o algo que me aporte nuevos retos, incluso aunque esas nuevas propuestas, en principio, no sean de mi agrado. Con el tiempo algunos seguirán sin gustarme, pero otros me enriquecerán.
Aplicada esta filosofía que me acompaña a las revistas de música, sólo compraba el ‘Popular 1’ cuando quería tener un poquito de complicidad o me atraía lo suficiente algún tema tratado. El caso es que tenía que buscar un sustituto que no fuese en mi onda y darle la oportunidad de convertirme a su credo. Y ahí fue donde apareció el protagonista principal de este posteo: la revista Rock de Luxe, una publicación de marcada tendencia vanguardista y moderna.
Tengo un contradictorio recuerdo de la primera revista comprada. Por un lado, indignado (ante mi ignorancia) por no conocer ni al 20% de los grupos nombrados en toda la revista y por otro, agradecido a un buen puñado de críticas con alta puntuación de gente desconocida (para mí). Reconozco que compré unos cuantos discos sin escucha previa dejándome llevar por la pasión puesta en sus columnas, y claro, eso tiene cosas buenas y malas. Dos discos, uno patrio y otro foráneo, se me vienen como flashes para ejemplarizar lo que comento.
- Comprar el disco de los barceloneses ‘Parkinson DC’ me descubrió un nuevo sonido nacional, muy parecido al que hacían los escoceses Teenage Funclub pero inexistente hasta ese momento por estas tierras, en los que barreras sonoras de guitarras dejaban como testimonial el casi imperceptible gorgorito del cantante. Sí, los Planetas no son tan innovadores, jejejeje.
- Y el otro fue más duro para mis oidos en su momento pero he de reconocer que me abrió los poros musicales al tamaño de agujeros negros. El disco en cuestión era el debut de unos islandeses, Sugarcubes, con un frontman irritante y una segunda voz fémina aún más chillona e insoportable (una jovencísima Bjork).
Pero… si nos fijamos en el título… ¿qué puñetas pinta en todo esto Ramoncín? Bueno, pues bastante, aunque no lo parezca. Si Rock de Luxe me había cautivado por su ‘moernura’ y el descubrimiento de nueva música, lo que sí terminó por cautivarme fue un estilo de entrevistas agresivo con el protagonista, forzando a éste a dar lo mejor de sí mismo para defender su trabajo. Por su puesto, nada que ver con la línea seguida en Popular 1, que eran entrevistas de fan a endiosado (ó la variante nacional de coleguilla a coleguilla de juergas)
Internet es fantástica para muchas, pero una de las que más me apasiona es que es perfecta para no dejar en el olvido ‘perlas’ de otros tiempos. Gracias a ello, hoy he vuelto a releer una de las entrevistas de mis primeros Rock de Luxe y supongo que por cosas como ésta, me dejé una pasta en los quioscos mes a mes. Y no me queda ni una en el armario ;(
Os dejo con la entrevista de Santi Carrillo a un farsante, un ilusionista low-cost, Ramoncín. ¡¡¡¡FIIGHT!!!
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