Me lo imagino hablando con sus amigos en una tasca vieja y mohosa repleta de barricas de roble, firmadas con tiza por personalidades y famosillos efímeros. Evoco una noche indeterminada de un jueves cualquiera, en un indefinido periodo.
Todos los presentes rodean una botella de vino del año en curso, a consumir preferiblemente en esa misma media hora, y que por su juventud, ni siquiera se descorcha, es simplemente desenroscada.
Sin hacerle mucho caso al líquido elemento, pero con la solidez de conceptos convertidos en ideales, los dedos índice y grueso se apoyan sobre un vidrio de espesor anárquico y translucidez más bien escasa.
Paulatinamente pero sin orden establecido, se van desgranando cada uno de los momentos individuales y personales; en principio, sin llegar a crear grupo.
Es el culillo que mancha el fondo, el que con su bailoteo constante, hipnotiza la noche… Cada mota de sedimento es una historia, aleatoria. Sólo hay que dejarse elegir por la correcta para esa noche, y sobretodo, estar a la altura.
Se desvanecen las voces de los compañeros en mil y una aventuras de tertulia, brotando con sigilo el sonido de la complicidad. Una llamada sorda y directa a través de otros sentidos diferentes, supongo, a los del oido. Lo realmente importante, es que se logra comunicación (aún a riesgo de perder la de los amigos).
En realidad no se trata de un dialogo fluido, más bien se asemeja a las conversaciones ocasionales con extranjeros desconocidos; esas charlas en las que tienes, si no obligación, por lo menos, interés por entenderte.
En el proceso de recepción, se amontonan palabras sueltas, sin estructura ni jerarquía. Es el instante ése en que consigues ordenarlas, cuando todas ellas pasan de ser meras ideas, a convertirse en relato, una gran historia; Magia puesta a disposición de todo el que desee pararse un rato a disfrutarla.
Todavía queda darle forma, sí, pero eso ya no importa: se ha creado Magia en una historia.
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